**Mi último cuaderno**
" Narrativa"
En una vieja casona de Valparaíso, entre el crujir de maderas antiguas y el aroma salino del puerto, don Esteban se sentaba cada tarde junto a su escritorio de roble. Allí, con manos firmes pero gastadas por los años, llenaba las páginas de su último cuaderno.
Escribía sobre Chile, sobre su historia de héroes y soñadores, sobre el viento que acaricia los cerros y el eco de los versos que nunca mueren. Sus palabras fluían con la esperanza de que alguien, algún día, leería sus pensamientos y los llevaría consigo como un faro en la tormenta.
Esa tarde, su nieta Camila llegó con un gesto inquieto. Había escuchado sobre sus escritos, sobre aquel deseo de preservar su legado, pero nunca se había atrevido a leerlos.
—Abuelo, ¿puedo ver tu cuaderno? —preguntó con voz suave.
Don Esteban sonrió, entregándole el viejo cuaderno de tapas gastadas. Camila comenzó a leer y, de pronto, se sintió parte de algo más grande. Cada palabra era una pieza del alma de su abuelo, un eco de su identidad y su amor por la tierra que los vio nacer.
Esa noche, Camila tomó su propia pluma y empezó a escribir. Las noches en la casona de Valparaíso tenían un aire especial. La brisa marina susurraba entre las cortinas, y el sonido lejano de las gaviotas se mezclaba con las notas de un viejo gramófono que don Esteban encendía de vez en cuando. Aquella noche, sin embargo, el sonido era el del papel y la tinta.
Camila había pasado horas leyendo las páginas de su abuelo. Descubrió relatos que hablaban de los días en que Valparaíso era el epicentro del comercio marítimo, de héroes olvidados y de trabajadores que habían levantado la ciudad con sus manos curtidas por la sal. Pero entre todas esas historias, había una que la dejó sin aliento:
*"Escribo para que no me olviden. Para que cuando el mar borre las huellas en la arena, aún quede algo de mí en estas páginas. Escribo para ti, aunque no lo sepas todavía."*
Las palabras parecían dirigidas a ella. Camila levantó la mirada hacia su abuelo, que la observaba con una sonrisa tranquila.
—¿Siempre supiste que alguien encontraría estos escritos? —preguntó.
Don Esteban tomó el último cuaderno entre sus manos.
—No sabía quién ni cuándo, pero siempre confié en que las palabras tienen su propio destino.
Camila cerró el cuaderno con delicadeza, sintiendo que cada página tenía un latido. Esa noche, una idea se plantó en su corazón como una semilla lista para crecer: debía preservar esos escritos, compartirlos, hacer que nunca se apagaran.
A partir de aquel día, Camila comenzó a recopilar los relatos de su abuelo, digitalizándolos y transformándolos en un libro. Buscó editoriales, investigó sobre la historia de Valparaíso, y poco a poco, la obra de don Esteban dejó de ser solo tinta en un viejo cuaderno para convertirse en un legado inmortal.
Cuando finalmente tuvo el primer ejemplar impreso en sus manos, lo llevó a la casona y se lo entregó a su abuelo.
—Tus palabras han encontrado su destino —susurró.
Don Esteban, con los ojos humedecidos por la emoción, acarició la portada con sus dedos temblorosos.
**El último cuaderno** (continuación) 2
Las semanas pasaron, y Camila dedicó cada noche a descifrar los escritos de su abuelo. Algunos relatos hablaban de su juventud, de los días en que recorría los muelles escuchando las historias de marineros que llegaban de tierras lejanas. Pero un día, mientras revisaba los últimos capítulos del cuaderno, encontró algo inesperado: unas páginas cuidadosamente dobladas en el interior de la tapa.
Con manos temblorosas, las desplegó. Allí, entre líneas escritas con una tinta más vieja, descubrió un relato que no figuraba en ninguno de los otros documentos que había digitalizado.
*"A veces los recuerdos se pierden como barcos en la neblina, pero hay voces que nos llaman desde el pasado. Hace años, en un pequeño café del puerto, conocí a una mujer que me cambió para siempre. Su risa tenía la música del mar, y su mirada escondía secretos que nunca pude descifrar…"*
Camila sintió un escalofrío. ¿Quién era aquella mujer? Nunca había escuchado hablar de ella. Siguió leyendo y encontró fragmentos de un amor que su abuelo nunca mencionó, de viajes que hizo en su juventud, de un sueño de escritor que alguna vez tuvo y abandonó por razones desconocidas.
Las palabras despertaron en Camila una necesidad urgente de saber más. Buscó en los rincones olvidados de la casona, revisó antiguos baúles, cartas que llevaban décadas sin ser tocadas. Hasta que, un día, halló una fotografía en blanco y negro: su abuelo, joven, de pie junto a una mujer con una expresión misteriosa. En el dorso, una frase escrita con su propia caligrafía:
*"Las historias que no contamos también nos definen."*
Esa noche, Camila comprendió que escribir no era solo un acto de memoria, sino de búsqueda. Su abuelo no solo había dejado un legado, sino también un misterio por descubrir. Inspirada por lo que había encontrado, comenzó a escribir su propio relato, entrelazando los recuerdos de su abuelo con su propia historia.
**El último cuaderno** (continuación) 2
Las tardes en la casona de Valparaíso se llenaron de un nuevo propósito. Camila, con el cuaderno de su abuelo en mano, se sumergió en la búsqueda de respuestas. ¿Quién era aquella mujer que había marcado su juventud? ¿Por qué nunca habló de ella?
Las cartas que encontró en el baúl revelaban fragmentos de una historia inconclusa. En ellas, don Esteban describía un amor que nació en las callejuelas del puerto, entre cafés y tertulias literarias. La mujer, a quien llamaba **Isabela**, compartía su pasión por la escritura. Juntos habían soñado con publicar un libro que recopilara los relatos de Valparaíso, pero algo los separó antes de que pudieran hacerlo realidad.
Entre los papeles, Camila encontró una última carta, nunca enviada.
*"Isabela, si lees esto algún día, quiero que sepas que aún guardo nuestras palabras en cada página que escribo. Perdí muchas cosas, pero nunca dejé que tu recuerdo se desvaneciera. Me preguntó tantas veces qué hubiera sido de nosotros si hubiésemos seguido escribiendo juntos."*
El tono melancólico de la carta dejó a Camila con una sensación de vacío. ¿Dónde estaba Isabela ahora? ¿Había sabido alguna vez que su abuelo nunca la olvidó?
Movida por la necesidad de entender, Camila empezó a investigar. Preguntó a familiares, vecinos antiguos del puerto, rastreó registros de bibliotecas y publicaciones de la época. Hasta que, una tarde lluviosa, encontró una pista: un viejo libro, firmado por **I. M.**, con relatos que hablaban de Valparaíso con la misma nostalgia que su abuelo.
Con el corazón acelerado, buscó el nombre del autor.
**Isabela Marín.**
Estaba viva. Y había seguido escribiendo.
*El último cuaderno** (continuación) 3
Camila sostuvo el libro entre sus manos, sus dedos recorriendo la portada como si al tocarlo pudiera sentir la presencia de Isabela. No había duda: ella también había escrito sobre Valparaíso, sobre el viento que acariciaba los cerros, sobre la nostalgia de los muelles iluminados por faroles gastados. Pero lo que más le estremeció fue el último relato del libro.
*"A veces, los recuerdos no se marchitan, solo esperan el momento de ser encontrados. Guardamos palabras en papeles viejos, en la brisa del puerto, en los rincones olvidados de una casa que alguna vez fue nuestra. Quizás un día, alguien lea estas líneas y descubra que las historias nunca mueren, solo esperan ser contadas otra vez."*
Camila sintió que el mensaje era para ella. **Isabela también escribía con la certeza de que alguien encontraría sus palabras**, como su abuelo. Ahora, tenía que buscarla.
Decidida, comenzó a rastrear pistas sobre la autora. Investigó en antiguas publicaciones, registros literarios, buscó entrevistas o menciones en periódicos. Después de días de búsqueda, encontró algo inesperado: un artículo sobre escritores locales. En él, mencionaban a Isabela Marín como una autora retirada que había vivido en el sur de Chile, en la tranquila ciudad de Valdivia.
El corazón de Camila latió con fuerza. **Si Isabela aún vivía, quizás podría darle respuestas sobre su abuelo.**
Sin pensarlo demasiado, tomó el libro, el cuaderno de don Esteban y emprendió un viaje. El sur la recibió con cielos grises y lluvias suaves, como si el tiempo allí fluyera más lento. Al llegar a Valdivia, recorrió librerías, preguntó en cafés literarios, buscó algún rastro de la mujer que tantas veces había aparecido en las historias de su abuelo.
Hasta que una tarde, en una pequeña librería junto al río, encontró una pista:
—Sí, recuerdo a Isabela —dijo el anciano dueño del local—. Venía aquí a leer, a comprar libros de historia… Solía decir que las palabras son como barcos, algunas llegan a puerto, otras se pierden en la neblina.
—¿Sabe dónde puedo encontrarla? —preguntó Camila con esperanza.
El anciano sonrió con nostalgia.
—Hace tiempo dejó de venir. Pero si realmente quiere respuestas, debería buscar en la casa azul junto al río. Allí vivió durante años.
Camila sintió un escalofrío. **La historia la estaba guiando, y estaba a punto de descubrir su próximo capítulo.**
**El último cuaderno** (continuación) 4
La casa azul junto al río tenía la calma de los años vividos en silencio. Las ventanas estaban abiertas, dejando que la brisa del sur moviera las cortinas como si fueran páginas de un libro antiguo. Camila se detuvo frente a la puerta, su corazón latiendo con fuerza.
Golpeó suavemente.
Después de unos segundos, la puerta se abrió y apareció una mujer de mirada profunda y expresión serena. El cabello de Isabela, ahora plateado, caía con naturalidad sobre sus hombros, pero sus ojos mantenían el mismo brillo que Camila había imaginado en las palabras de su abuelo.
—¿Sí? —preguntó Isabela con voz pausada.
Camila sostuvo el libro y el cuaderno contra su pecho.
—Soy Camila, nieta de Esteban Morales —susurró—. Encontré sus escritos... y también los suyos.
El silencio cayó sobre ellas como un suspiro contenido. Por un instante, la mujer no dijo nada. Sus ojos recorrieron el rostro de Camila como si estuviera viendo un reflejo de alguien que había amado. Finalmente, Isabela abrió la puerta y la invitó a entrar.
El interior de la casa era sencillo, pero lleno de recuerdos. En una mesa de madera, había papeles sueltos, libros con anotaciones al margen y una antigua máquina de escribir. Camila sintió que estaba entrando en un espacio donde las palabras aún respiraban.
—Nunca pensé que alguien vendría con mi nombre en los labios —dijo Isabela, tomando asiento frente a ella—. Siempre supe que Esteban seguiría escribiendo, pero jamás imaginé que su historia volvería a mí de esta manera.
Camila abrió el cuaderno de su abuelo y le mostró la carta nunca enviada. Isabela la tomó con manos cuidadosas, como quien sostiene algo frágil, y leyó en silencio. Sus ojos se humedecieron, y por un instante, fue como si los años se deshicieran ante sus ojos.
—Éramos jóvenes y soñadores —susurró finalmente—. Pensamos que podríamos escribir sobre el mundo sin que el tiempo nos afectara, pero la vida tenía otros planes. Perdimos contacto, no porque lo quisiéramos, sino porque el destino nos llevó por caminos distintos. Y aun así, nunca dejé de pensar en él. Camila sintió que algo dentro de ella encajaba como una pieza perdida.
—Sus palabras nunca lo abandonaron, ni a usted —dijo con ternura—. Y yo quiero que ambos sean recordados. Quiero reunir sus escritos, contar su historia, hacer que nunca se olviden.
Isabela sonrió con nostalgia, como si esa idea le devolviera un pedazo de sí misma.
—Entonces hagámoslo juntas.
**El último cuaderno** (continuación) 4
Con el manuscrito en sus manos, Camila e Isabela se dedicaron a darle forma. Pasaban días en la casa azul junto al río, repasando cada relato, ajustando palabras, asegurándose de que la esencia de don Esteban se mantuviera intacta.
Algunas páginas estaban incompletas, como si él hubiera dejado pausas para que alguien más las continuara. Y en ese proceso, Camila descubrió que el acto de escribir no era solo un esfuerzo por preservar el pasado, sino también una manera de construir el futuro.
—Este libro no solo será la voz de mi abuelo —dijo Camila una tarde, mientras revisaban los últimos capítulos—, también será nuestro legado.
Isabela sonrió con complicidad.
—Entonces asegurémonos de que cada palabra refleje su espíritu.
El siguiente paso fue preparar la publicación. Camila investigó editoriales que trabajaran con autores independientes, exploró opciones para autoeditar, y aprendió sobre diseño y maquetación para que el libro tuviera la calidad que merecía.
Finalmente, llegó el día en que el primer ejemplar impreso estuvo listo. Camila sostuvo el libro, con la portada elegante y el título que tantas veces había leído en los escritos de su abuelo:
**"Las memorias del puerto"**
Esa tarde, junto a Isabela, llevó el libro a la casona de Valparaíso. Lo colocó en el escritorio de roble donde don Esteban solía escribir, y por un instante, sintió que él estaba allí, observando con orgullo.
—Lo logramos, abuelo —susurró.
Las palabras ya no estaban solo en papeles sueltos. Ahora, eran un libro, un legado, una historia que nunca se perdería en la neblina del tiempo.
Después de dejar el libro sobre el escritorio de roble, Camila y Isabela se quedaron en silencio, contemplando el peso de ese momento. Afuera, el viento soplaba suavemente, moviendo las cortinas como si la casa respirara con ellas.
Camila acarició la tapa del libro, repasando con la yema de los dedos el título grabado en letras doradas. Fue entonces cuando sintió una certeza profunda: aquel libro no solo contenía la voz de don Esteban, sino también las suyas, las de quienes se atrevieron a rescatar su historia y darle una nueva vida.
—Este es el principio de algo más grande —susurró Isabela, su mirada fija en la ventana, donde la luz del atardecer teñía el cielo de un dorado intenso.
Camila asintió. Porque aunque habían cerrado una etapa, sabían que las memorias nunca terminaban, sino que encontraban nuevos caminos, nuevas manos, nuevas almas dispuestas a escuchar lo que siempre estuvo escrito en las paginas del alma.
**🌊 El eco de mi abuelo, don esteban Morales**
Las olas llevan nombres que nadie pronuncia,
susurran historias en la piel de la espuma.
Un viejo muelle cruje en la brisa,
testigo de pasos que el tiempo no olvida.
Las velas se alejan, los barcos regresan,
y en la neblina quedan los sueños antiguos.
Escribo para que el viento no borre
las voces que aún cantan conmigo.
Que el puerto guarde lo que fuimos,
que la brisa cuente lo que seremos.
Porque una historia no muere en el agua,
solo espera en las olas su renacer sin olvido.
En cada piedra de la escollera,
reposan secretos que nadie reclama.
Ecos de risas, suspiros callados,
tejiendo en el alma nuestro nuevo destino.
Y así, mientras las olas persisten,
las palabras quedan, nunca se extinguen.
Pues cada puerto es un libro abierto,
esperando en silencio que alguien lo lea.
Autor, Don Esteban Morales protagonista de la Narrativa Chilena. Mi último cuaderno.
✒️🌿 **Dedicatoria**
Que las palabras sean un faro en la brisa de la vida,
de los Chilenos, como lo fueron para don Esteban.
Que este libro te recuerde que las historias no mueren, sino que esperan ser contadas nuevamente."
Con amor eterno,
**Autor. Luis Alberto Morales Guerra** ✒️
Seudónimo. Luis Alberto Del Alba.
Reservados todos los derechos de autor.
comoescribeunangel.blogspot.com.